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Artículo 13

Comunidad e Inmunidad

La comunidad científica enfrenta la dificultad de hallar cómo encarar las enfermedades graves. En los últimos años y a pesar de haber mirado de reojo ciertas cuestiones, algunos de sus representantes han comenzado a enfocar uno de los aspectos cruciales de la salud: “la inmunidad”.

El tema es mucho más complejo de lo que parece, ya que no se puede abordar lo inmunitario sin comprender los alcances de la comunidad y su interacción con la inmunidad. Para entender esto, como siempre, le pido ayuda a los filósofos, esos seres sensibles y lúcidos que pueden dar respuesta muchas veces antes que la ciencia, al esclarecimiento de problemáticas complejas. En este caso voy a recurrir a Roberto Esposito, quien comienza su investigación indagando en los diccionarios y explica que el primer registro es la palabra comunitas y es el antecedente de la comunidad. La palabra communis aparece como adjetivo y en las lenguas neolatinas significa lo que no es propio, o sea, que empieza ahí donde lo propio termina. Hay otro elemento, como la palabra munus-mutus, que es la mutualidad, que le imprime un juramento común o más bien un vínculo sagrado. Por lo que el autor deduce y sugiere a partir de sus investigaciones, la comunitas es un conjunto de personas a las que une, no una propiedad, sino justamente un deber o una deuda. Es a partir de este sentido de la investigación que cita a Hobbes quien dice: “lo que los hombres tienen en común, que los hace semejantes más que cualquier otra propiedad es que cualquiera puede dar muerte a cualquiera”. En este entorno, esto es algo que subyace a la cultura y a los elementos de supervivencia primarios. Esto es bien interesante ya que destaca que la cultura de alguna manera enmascara los aspectos más primitivos y violentos que posee el hombre, y que su agresión es un mecanismo indispensable para la supervivencia.

En otro apartado de libro Comunitas, Esposito desarrolla la temática del miedo como inductor de estos mecanismos y dice “somos miedo que nos atraviesa y nos constituye y es esencialmente miedo a la muerte”. A mí se me ocurre pensar que en última instancia es el miedo es el que nos lleva a devorar al otro por una cuestión básica de supervivencia. El miedo no se olvida, forma parte de nosotros, somos nosotros mismos fuera de nosotros.

En la constitución del orden social hay una vieja fórmula que lo mantiene y es aquella en que “la mayoría de los hombres renuncia a atemorizar a los más débiles para poder temer menos a los más fuertes.”

Los hombres que se reúnen en una enemistad angustiante nunca pueden superar esa enemistad que es premisa de esa reunión porque su línea de horizonte es lo arcaico, es decir una violencia originaria que precede y abraza al proyecto de su domesticación moderna que en vez de desaparecer solo cambia de nivel.

Es interesante el trabajo ya que hasta aquí vimos dos ítems que hacen a la esencia del hombre: miedo y violencia, dos elementos indisociables. Pero por otra parte, desarrolla la temática del sacrificio y es aquí donde Roberto Esposito dice que el sacrificio protege a la comunidad entera de su misma violencia y vuelve a la comunidad entera hacia víctimas externas a ella.

La comunidad no solamente se sacrifica por cada uno de sus enemigos sino también en cada uno de sus miembros, dado que cada uno de sus miembros halla en el fondo de su ser, la figura originaria de su primer enemigo. A este origen, el miedo que provoca responde al sacrificio reactivándolo infinitamente en un círculo del que aún no hemos salido del todo.

La real y genuina razón de existir de la cultura es protegernos de la naturaleza de esta violencia originaria. La cultura establece la ley que es una forma de violencia mayor, o si se quiere, más cruel para garantizar la integridad de sus miembros.

Hay una violencia originaria que constituye lo elemental de la esencia del hombre, precede al proyecto de domesticación moderna y esta, en vez de desaparecer, cambia de nivel.

Para entender el tema del sacrificio, Esposito da el ejemplo de la comunidad cristiana, la cual solo pudo ser salvada por el sacrificio de un inocente y es como si hubiera una equivalencia en la culpa que se le atribuía. La vida del hombre por lo tanto puede ser asegurada con la muerte de cristo. Es esta comprensión la que delata que el mal puede ser asumido como veneno y como remedio en esa doble acepción.

Es bien interesante esto donde vemos que la víctima sacrificial atrae sobre sí la violencia dirigida en principio sobre la comunidad. Por esta razón, la violencia queda separada de todos aquellos que la provocaron. En esta operación aparece así la víctima sustituida y ofrecida a todos los miembros de la comunidad.

Para esterilizarse de su propio poder contaminante, la comunidad está obligada a separarse de sí en el punto de donde converge el mal colectivo, de modo que se aleje del resto del cuerpo.

De esto se deduce que la comunidad es una violencia diferida que se abre y se cierra en torno a la víctima.

Todo este movimiento lo tienen bien descripto autores como Bert Hellinger y Anne Ancelin Schutzemberger que hablan de cómo se produce la exclusión dentro de la comunidad.

El mecanismo de la inmunidad presupone la existencia del mal que debe afrontar y mediante la protección inmunitaria la vida combate lo que niega, pero no lo hace de manera frontal sino dando cierto rodeo y neutralizando. Esto es interesante porque no lo hace de manera frontal, es ahí donde esta la sutileza de este mecanismo.

Con una preciosidad increíble, Esposito describe el mecanismo diciendo que “la lógica inmunitaria remite a una no-negación, a la negación de una negación. Lo negativo no solo sobrevive a la cura sino constituye la condición de eficacia de esta”.

“La medicina homeopática excluye incluyendo y afirma negando, no se consuma sin dejar marcas en la constitución de su propio objeto, no solo por el mecanismo compensatorio de sustracción que de este modo contrabalancea su incremento de vitalidad, sino que ese mismo elemento asume la forma de una sustracción”.

La vida para seguir siendo tal, debe plegarse a una fuerza extraña, sino hostil, que inhibe su desarrollo. Incorpora un fragmento de esta nada que quiere evitar, en realidad tan solo diferenciándola.

La única protección contra esa nada en que se apoya la naturaleza humana es la nada misma.

Por lo descripto considero que la homeopatía es uno de los mejores tratamientos contra la nada, origen único de esa violencia.

Dr. Sergio Rozenholc

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