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Artículo 71

La creencia y el acto médico. Síntesis del Trabajo presentado en el Congreso de la FAMHA Octubre 2008

La idea de presentar este ensayo en el congreso es que me permita poner un poco más de luz en el tema del rol que juegan las creencias e intenciones en el acto médico.

Me parece muy interesante la exposición de la Dra. Szabó acerca del chamanismo y quiero contarles una pequeña historia que transcurrió en el DF Mexicano en el año 2006, cuando sin elegirlo me transformé en el representante argentino en un congreso de Medicinas complementarias en donde disertaron varios chamanes. Ahí aprendí que chamán, según lo ratifican las 137 etnias que existen en México, significa el que sabe. Hablo de un saber que tiene varias implicancias y connotaciones culturales. Digo esto porque el médico tiene también reservado un lugar parecido, pero sin embargo el saber lo aprende sin cuestionar nada, cosa diferente al del chamán por el tipo de experiencias a las que son sometidos durante todo su aprendizaje, y sus creencias van a estar mediatizadas por dicho proceso.

Tuve un gran profesor alemán, el Dr. Hamer, que nos daba clase de la Nueva Medicina Germánica y narraba un cuento que era el que mejor definía la creencia de los médicos y que dice así:

“Tres estudiantes deben aprender de memoria una guía telefónica: un estudiante de Física, un estudiante de Biología y un estudiante de Medicina. El estudiante de Física pregunta si hay algún sistema en la guía telefónica. Se le contesta que fuera del ordenamiento alfabético no hay ningún sistema. Él se niega y contesta que no aprenderá de memoria tal tontería. El estudiante de Biología pregunta si hay algún desarrollo o evolución en la guía telefónica. Obtenemos del estudiante la misma respuesta que el anterior. El estudiante de Medicina también es solicitado para aprender de memoria la guía telefónica y solo pregunta: - ¿para cuándo la tengo que saber?

Me preguntaba cuántos de nosotros alguna vez cuestionó como médico por ejemplo, alguna enfermedad como la simple hipertensión arterial o alguna más compleja como el cáncer.

Voy a ser un poco más práctico, ¿cuántos de ustedes tuvieron un paciente que tosía desde hace un tiempo y le pidieron un RX de pulmón y al ver una pequeña mancha le solicitaron ampliar los estudios RSM nuclear y para confirmar, requieren que se realice una punción y le comienzan a preguntar al paciente si fuma, o está en algún lugar con mucho humo y este contesta negativamente todas nuestras preguntas? Seguramente este es el primer paso con el que uno se comienza a cuestionar en qué cree y por qué lo que diagnosticamos no se corresponde con lo que estudiamos.

Para que se entienda esto lo voy ampliar con un cuento que escuché hace algún tiempo: “Cuenta una historia que una chica se casa e invita a cenar a su amiga y su marido. Luego de un tiempo y mientras está cocinando le dice que está encantada con la invitación pero desde hace mucho tiempo tenía una pregunta para hacerle. Nos conocemos desde hace muchos años y cada vez que te veo cocinar una carne al horno veo que le cortás las puntas antes de ponerla en la asadera. ¿Por qué lo hacés?. La historia es que mi mamá también lo hacía, pero me generaste una duda. Voy a llamar a mi mamá y le voy a preguntar por qué lo hacía. Al consultar, la madre le responde que ella lo hacía porque lo había aprendido de la abuela. La madre, apenas termina de hablar con la hija, llamó a su madre. Ante la pregunta acerca de por qué cortaba las puntas del trozo de carne antes de ponerlo en la asadera, la abuela, entre risas, le aclaró que ella tenía una sola asadera y era pequeña.”

De esto se trata este pequeño ensayo: en qué creemos los médicos cuando evaluamos y trabajamos para poder ayudar a un paciente. Durante mucho tiempo me preguntaba qué rol jugaba la creencia en la consulta médica, como así también su diagnóstico y tratamiento, tanto del lado del paciente como del médico, en la curación y sanación. Para saber algo de esto tuve que pedir ayuda a los filósofos, esos seres sensibles, quienes le podrían poner alguna luz a este tema y ayudarme, entonces, a comprenderlo. Reuní en mi imaginación una mesa de notables de todos los tiempos, en las que conté con la presencia de José Ortega y Gasset, David Hume, José Ferrater Mora, Gustavo Bueno, Antonio Mansilla Treviño y Luis Villoro. Así comenzaron a ilustrarme y en un tono bien filosófico me decían lo siguiente:

Para adentrarnos en tema debemos primero incursionar en el término creencia, que tiene una estructura conceptual originalmente binaria, constituida por dos momentos inseparables aunque disociables. A cada momento de la idea, corresponderá un concepto de creencia. Estos dos conceptos no se comparten como términos correlativos sino como términos de un dualismo, posiblemente en sentido geométrico.

El primer momento es el subjetivo, que corresponde al concepto psicológico de la creencia.

Desde esta perspectiva, la creencia es el contenido sobre el cual el sujeto presta un asentimiento tan intenso, que llega a tomarlo como real y verdadero. La creencia implicaría el sentimiento del sujeto de estar envuelto por ella, de forma que de ninguna manera apareciese la creencia como alojándose en el sujeto. La creencia en el hombre, no sabe cómo ni por dónde ha entrado. Es algo heredado. Entonces “el hombre es un heredero”.

Hay un segundo momento, el objetivo, que es aquel que nos la presenta según la materia o contenido objetivo (ontológico) el cual se abre al sujeto a través de la creencia.

Estos dos momentos de la creencia son parte de un proceso dialéctico, a la manera de un dualismo circular que nos lleva del contenido objetivo al contenido subjetivo, con el retorno correspondiente. A partir de este modelo dialéctico es posible de pensar a las creencias como un campo de operaciones y relaciones entre sujetos, a través de objetos; entre objetos, a través de sujetos.

Todos creemos muchas cosas sin que podamos asegurarnos que las sabemos. Todo saber implica una creencia pero no toda creencia implica un saber. Es muy posible que una creencia sea verdadera si la proposición en que se expresa es verdadera. La creencia sería pues un componente subjetivo del saber. El saber es un estado disposicional adquirido de una creencia que orienta la práctica del sujeto ante el mundo. Toda creencia tiene antecedentes biográficos, puesto que fue adquirida, forma parte de una estructura psicofísica y cumple con una función en ella.

Hablamos de saber y se preguntarán a qué saber me estoy refiriendo. En realidad es muy posible que sea un saber inconciente, el cual tiene certezas y no distingue medios tonos, solo decodifica sí o no, blanco o negro. Esto lo retomaré luego, lo que sí quiero que sepan es que la creencia es un sentimiento especial, indefinible, que nos permite distinguir en nuestro interior lo que asentimos, de lo que solo imaginamos, dudamos o negamos. Una idea asentida se siente diferente de una idea ficticia.

La creencia corresponde a la cualidad de un acto, no de su contenido. En él percibimos una cualidad específica del acto de imaginar, una acepción espontánea, no expresa la cualidad de lo percibido. Para creer en algo no necesariamente ese algo debe estar pasando por la conciencia o haya pasado en algún momento. Creer se parece más a poseer que a tener. Se acepta que la posición de la creencia puede ser latente y no necesariamente expresa. Existen creencias potenciales totalmente inconcientes. La creencia determina una estructura general de conducta, guía y orienta las acciones. La actitud podría ser una disposición adquirida.

La idea y creencia son representaciones e interpretaciones de la realidad y es muy posible que la creencia sea genéticamente una idea. La creencia puede tener un modo afectivo de consolidarse pero también puede necesitar un largo período para esto, y llega finalmente a ser una creación de la mente.

Los autores que menciono en el comienzo del trabajo sostenían que surgía genéticamente como resultado de una situación trágica del hombre, es una situación de naufragio. El hombre se encuentra ante una realidad que es un caos, un enigma, a la que por necesidad de supervivencia, tiene que darle un sentido, un orden, es decir una interpretación. Para ello el hombre parte de unas convicciones básicas, en las que se encuentra desde que es arrojado a la vida. Estas convicciones son las creencias, que constituyen el suelo y el estrato de la vida. Creencias que él personalmente no crea, si se me permite este juego de palabras, sino que se encuentra con ellas y dentro de ellas vive y es.

Hay en la creencia un carácter colectivo y algunos elementos como el hábito y la costumbre, que la constituyen. Pasa de generación en generación y muchas veces será imposible de desarraigar porque pertenece a la idea arraigada en la creencia colectiva e incorporada al inconciente colectivo.

La fuerza de la costumbre se convierte en reguladora de la sensibilidad, engendrando la continuidad de nuestros actos. Acá vemos cómo la costumbre es una segunda naturaleza que destruye la primera, motivo por el cual la costumbre se hace necesaria en forma de un proceso acumulativo, para llegar a la conexión necesaria entre la idea y la impresión, ya que sola no basta para provocar la creencia. Es decir, habla de la repetición de la experiencia de esta conexión relacional, se crea unos hábitos de juzgar que se nos impone.

“Siempre que un objeto se presenta a la memoria o a los sentidos, este objeto gracias a la fuerza de la costumbre, lleva inmediatamente a la imaginación a concebir otro objeto que va siempre unido a él. Y esta concepción es asistida por un sentimiento que difiere de los vagos ensueños, de la fantasía. En esto consiste toda la naturaleza de la creencia.”

A esta altura, como verán, la creencia nos tiene y nos sostiene y la costumbre juega un papel decisivo en la consolidación de una idea.

Vimos hasta aquí la brillante descripción, aportada por la Filosofía, del valor génesis, composición, formación y estructura de la creencia.

Con este desarrollo me gustaría que se comprendiera que por el rol que ocupa el médico en nuestra sociedad, muchas veces el diagnóstico médico realizado durante una consulta tiene el valor y la posibilidad de transformarse en una sentencia, a la manera jurídica, por el rol que ocupa la creencia en el imaginario social.

Como vimos, la creencia forma parte de nuestro estado de conciencia, por lo cual no somos diferentes a lo que pensamos sentimos o realizamos. Toda la estructura de nuestro ser está compuesta por lo que creemos y sentimos.

Pensemos que cuando, por ejemplo, como médicos homeópatas indicamos un remedio a un paciente estamos usando una sustancia que va a la nada y vuelve de la nada llena de energía provista por un mineral, vegetal o animal, mediatizada por una preparación especial. Esto nos permite pensar que de la misma manera utilizamos los remedios dinamizados también podemos potenciar y dinamizar nuestros pensamientos e intenciones en la consulta y que juegan un rol preponderante en la curación de un paciente.

Si uno tiene un paciente al que cree que no lo va a poder curar es seguramente mejor dar un paso al costado y permitir el accionar de otro colega. Este es un tema central ya que se conjugan dos creencias en la consulta: la del médico y la del paciente. Pero quiero dejar claro que el rol de la creencia médica se juega en la cura de un paciente.

Para entender esto, daremos el ejemplo del caso que en consulta, el médico le dice a una paciente: “usted tiene cáncer, si no hace lo que le digo tiene pocas chances de vivir.”

Esta manera de configurar un diagnóstico provoca un impacto en el sujeto (paciente) en el cual las palabras vertidas de la boca del profesional reducen a un lugar de cosa al sujeto (paciente) o sea, se lo cosifica. Y por lo tanto, sujeto y objeto pasan a representar lo mismo. Recuerden la descripción dialéctica de la creencia entre el sujeto y el objeto. Es este el momento en donde la estructura psíquica del sujeto (paciente) fue atravesada por un rayo, pero no impactó en la psiquis solamente sino que fue su cuerpo el que produjo el registro. Uso esta metáfora para que se entienda así, cómo se produce en la dialéctica la relación cuerpo - mente. La creencia en esta situación juega un rol igual al descripto, atravesando la mente, y se inserta en el cuerpo (paciente). Posiblemente, este diagnóstico de sentencia produzca más estragos que la enfermedad misma del paciente.

Tomemos otro ejemplo para explicar otro tipo de situaciones. Tal es el caso del médico que realiza un diagnóstico de una enfermedad grave, pero la manera de transmitírselo a su paciente reviste un tono ya no de sentencia, sino una manera más protectora y de acompañamiento en el tratamiento que va a emprenderse, donde le va explicando ya no con un tono de sentencia, acaso más paternal; si se quiere, a la usanza del médico de familia, y le asegura que el tratamiento puede tener buenos resultados y va a poder curarse.

En este caso entran en juego dos cuestiones: la primera, el convencimiento profundo del médico para que esto suceda; la segunda, la creencia profunda del paciente de que esto sucederá. Se amplían las posibilidades de que este paciente obtenga así, buenos resultados con el tratamiento que haga (alopatía, homeopatía, etc.)

A partir de todo lo visto, la creencia ocupa el lugar que es de segunda naturaleza pero tiene el mismo funcionamiento que el instinto y por lo tanto tiene una inclusión en el proceso biológico. La repercusión de la creencia forma un nuevo estado de conciencia, tanto en el paciente como en el médico, y esto produce un cambio tal en el orden biológico, que el resultado del mismo es totalmente diferente al anterior ejemplo.

Este ensayo tiene por objeto llegar a que los médicos entendamos qué se juega detrás de nuestra creencia e intención médica y también, producir conciencia; ya que la creencia por sí misma forma grados de conciencia y de responsabilidad sobre nuestros actos cotidianos.

Dr. Sergio Rozenholc

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