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Artículo 51

Etiquetas

Muchas veces cuando creamos algo y lo nombramos, automáticamente le imprimimos un sello que podría ser una etiqueta, asignación esta, que va a depender de los acontecimientos previos que recorrimos en este proceso. Por ejemplo, cuando nacemos, nuestros padres nos asignan un nombre propio y otro de familia, este último es patronímico y marca un sentido de pertenencia (Martínez, González, etc.)

Marianne Costa y Alejandro Jodorowsky sostienen en su libro Meta Genealogía, que “la mayoría de las veces, desgraciadamente, el nombre propio resume aspiraciones propias de la trampa familiar que se manifiesta bajo la forma de una repetición o bien bajo un rechazo. En otras ocasiones los nombres ocultan el deseo de hacer revivir a los ancestros fallecidos, o de volver a plantear relaciones con los padres todavía vivos.”

Siguiendo esta línea de pensamiento, el nombre sería un tipo de etiqueta que portamos desde antes de nacer, y para entender un poco mejor este tema le pedí ayuda al diccionario etimológico del Dr. Pedro Felipe Manlou que dice que la palabra etiqueta se formó con la contracción de la frase latina est- hic- queaestio (aquí esta la cuestión). La portada de los documentos judiciales franceses llevaban escrito Est hic quaestio inter X et Y en latín. Es decir aquí está el pleito entre las partes X e Y. Est-hic-quaestio se transformó a est-hic-quaest, et-hic-quet y finalmente, étiquette.

Con este concepto de litigio, de enfrentamiento, daríamos cuenta de que el nombre nos aleja de nuestra verdadera esencia y es muy posible que nos deje una semblanza, una verdadera etiqueta. Si los padres nombran “José María” a un niño varón, queda al descubierto una ambigüedad (masculino – femenino). Otro ejemplo sería el de los hijos a los que se los llama con un diminutivo (Juancito, Elenita) quienes se ven instados a no crecer, a no ocupar demasiado espacio. Esto también habla de un pleito entre el proceso de crecimiento y el deseo de los padres de retenerlo.

En medicina vemos una cuestión muy similar ya que durante los últimos 100 años se etiquetó a los pacientes con tal o cual enfermedad y estos pasaron a ser “el hígado graso, colon irritable, neumonitis, etc.” Esta posición de alguna manera implicaba cierta desinvestidura en el sujeto (paciente) a partir de la etiqueta que lo nombraba como objeto.

Sin embargo, si seguimos el recorrido del significado etimológico, debemos pensar que la etiqueta nos remite a la mejor resolución posible de ciertas partes en conflicto. Es una manera biológica de expresión, o en otras palabras, de un reclamo desesperado originado en un conflicto biológico de cierto litigio interno en un paciente.

La medicina homeopática también pone etiquetas a tal o cual sufrimiento mediante la elección de un medicamento que pueda sanarlo.

Por ejemplo, a un paciente que consulta por un cuadro de una distensión abdominal con gran flatulencia, con una gran mejoría por ingerir bebidas calientes, y como rasgos característicos de su personalidad presenta falta de confianza en sí mismo y una sensación de desprotección acompañada con fantasías diurnas de explotar, el médico “lo etiqueta” con un medicamento de origen vegetal que se conoce con el nombre de Muscus Terrestris. Este tipo de etiqueta le permite al paciente volver a reconectar con su esencia y recuperar su libertad despojada por los estigmas que le tocó vivir a lo largo de su enfermedad.

Como ven, es bien interesante el movimiento que produce la medicina homeopática, la que al identificar la trampa de una etiqueta (enfermedad) le propone otra etiqueta (medicamento) que al paciente le permite desandar la trampa y recuperar su verdadera identidad.

Dr. Sergio Rozenholc

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